Puerta Nº 13

Ni rastro de Humanidad

Amaneció un día precioso.

Al pisar la cocina, Gloria aún mantenía el recuerdo difuso de un sueño extraño, pero lo olvidó al ver a su marido terminando de preparar el café. Había hecho tostadas de pan crujiente, incluso se molestó en rallar un poco de tomate para acompañar al aceite de oliva virgen extra que su suegro les enviaba desde Córdoba cada mes.

Los niños se habían levantado muy activos, pero obedientes y alegres. Por una vez no tuvo que meterles prisa y después correr para llegar al colegio a tiempo. Miró sus cuerpecitos bailarines atravesar la puerta de la escuela y le embargó un profundo sentimiento de tranquilidad.

Entró de nuevo en el coche y suspiró con las manos en el volante. El sol de la mañana iluminaba los charcos de las lluvias de las últimas horas, agua sanadora que limpió el aire de la ciudad, que solía inundar los ánimos de impurezas y malos pensamientos.

Le gustaba conducir, siempre que el tiempo y los apretados horarios se lo permitieran. Ese día no tenía reuniones por videollamada, así que decidió volver por el camino largo, por un día que se conectase al trabajo un poco más tarde no pasaría nada.

desayuno

Ignorando el tráfico cada vez más intenso, con su música preferida como banda sonora de una jornada que se auguraba muy próxima a la perfección, recorrió los kilómetros que la separaban de su hogar con una sonrisa suave dibujada en los labios.

Subió por la Avenida del Mediterráneo, cogió la calle Juan de Urbieta para dar la vuelta al Tiovivo y giró enderezando el morro hacia el semáforo.

puerta coche

Un claxon impertinente la sacó de su tranquilidad. Decidió obviarlo, dispuesta a que nada la alterase, pero el que presionaba el molesto instrumento continuó pitando sin parar.

Gloria miró por el retrovisor y vio que un hombre se apeaba del coche de atrás y se acercaba al suyo. Con gesto furibundo, golpeó con los nudillos la ventanilla mientras chillaba y gesticulaba airado. Ella bajó el volumen justo para escuchar que el tipo la estaba acusando de no cederle el paso. Miró hacia la calle de la que él procedía y vio una señal pintada en el suelo que indicaba que no era él quien tenía la preferencia.

Dispuesta a no discutir a pesar de saber que no había hecho nada mal, se inclinó sobre el salpicadero, elevó la intensidad de la música y clavó la vista en el coche de delante.

El hombre, presa de una ira desatada, golpeó de nuevo el cristal. No quería dejarlo pasar. Dado que Gloria ni le miraba, se plantó frente al todoterreno profiriendo insultos y palabrotas.

Menudo energúmeno.

Los coches que la precedían comenzaron a avanzar, el semáforo se había abierto.

La luz verde brillante se reflejó en sus ojos. La decisión fue sencilla, mucho más que cualquier otra que hubiera tomado nunca. Pisó el pedal a fondo y coche aceleró al máximo. El cuerpo del tipo golpeó contra el capó y el parabrisas antes de salir despedido con violencia hacia un lado.

Gloria no miró por el retrovisor. No sentía curiosidad.

La sonrisa regresó a sus labios en cuanto dejó atrás el ruido insoportable. Nada iba a estropear aquel magnífico día.

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