Puerta Nº 14

Ni rastro de Humanidad

Lo tocó en el bolsillo.

Tenía miedo de arrugarlo, aunque era mayor el temor a sacar la mano y que se perdiera.

Quería cantar, pero estaba solo. Necesitaba compartir su alegría, abrazar a alguien, beber cava y salir en la tele como tantas personas había visto a lo largo de los años, lustros decepcionantes en los que se mantuvo a flote a base de esperanzas que nunca se materializaban, mientras la vida solo le reservaba golpes.

Pero por fin su día había llegado. Esa vez la envidia la sentirían otros.

En cuanto su exmujer se enterase, intentaría volver con él. La muy arpía podía esperar sentada. Él se haría de rogar; a nadie le amarga un dulce, pero después la mandaría a freír espárragos, de la misma cruel manera que ella lo abandonó a él.

La venganza se sirve en plato frío… Al menos eso dicen.

Desde el otro lado de la calle vio que en la administración aún no había nadie. No le extrañó ser el primero en llegar, supuso que el resto de los agraciados estarían celebrándolo con sus familias. Una punzada de desazón le oprimió el pecho, pero en seguida la desterró. No era momento de lamentarse.

gordo de la lotería

Entró en el local y vio a Rufo, el lotero, al otro lado del cristal de seguridad.  

—¡Dichosos los ojos, Fermín! Dime que llevas uno, ya no recuerdo el número que te vendí.

El aludido palmeó el bolsillo de su abrigo con una enorme sonrisa dibujada en la cara.

—Pues entonces pasa —dijo Rufo abriendo la puerta del mostrador—, con las barbaridades que están sucediendo no nos fiamos. Hay más gente dentro, ya han venido unos cuantos.

El lotero le guiñó un ojo al afortunado cuando aceptó la invitación. Pero al entrar en la trastienda, Fermín se topó con cuatro personas tumbadas en el suelo, una estampa muy distinta a la que esperaba encontrar. No fue consciente de lo que sucedía hasta que vio el reguero de sangre que salía del cráneo de uno de los que estaban tendidos.

Fue tarde.

Sintió un fuerte golpe en la parte trasera de la cabeza y se desplomó en el acto. La consciencia aguantó lo suficiente para ver como la esposa de Rufo se agachaba y rebuscaba en sus bolsillos.

Cuando encontró lo que buscaba, se irguió de nuevo y miró a su marido.

—Ya tenemos otro.

Rufo asintió satisfecho y observó al desgraciado al que acababan de despachar.

La verdad es que Fermín nunca había tenido suerte.

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