Puerta Nº 18

Ni rastro de Humanidad

Mi madre no era buena gente. Era una mujer que parecía disfrutar fastidiando al personal en general, y a su hijo en particular.

Yo solía pensar que su actitud hacia los demás le nacía porque su vida había sido dura: una infancia de postguerra de doce hermanos con poco o nada que echarse al gaznate, un marido que la dejó tirada con un churumbel que no levantaba tres palmos del suelo y, como remate, esa familia numerosa que miró para otro lado porque era más cómodo.

Pero justo antes de morir, al notar cierto reproche en mis ojos, me confesó algo que no esperaba: era una bruja porque se aburría. Así de simple e hiriente. Ser insoportable y mala persona era su jodido entretenimiento.

No habría tenido tanto tiempo libre si hubiese dedicado sus energías a afrontar las cosas de frente, pero aprendió que era más fácil evitar los problemas incómodos mirando hacia otro lado, como si la mierda fuese a desaparecer por no hablar de ella.

Ahora, desde lo alto de esta azotea, me pregunto por qué estoy actuando así.

Lo fácil sería reconocer que he heredado el germen del mal que tenía mi madre, pero si de algo puedo estar orgulloso es de haber analizado cada situación difícil desde el lado opuesto, para no cagarla.

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Entonces, ¿por qué…

¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!

Disculpad, no quiero perder el ritmo.

Decía que no entiendo por qué ahora estoy aquí arriba disparando a los transeúntes con un rifle que, dicho sea de paso, ha resultado muy fácil conseguir.

Ya llevo unos doce blancos.

¿Será que he encontrado un pasatiempo retorcido como el suyo?

No… No puede ser eso, porque ella sentía satisfacción, la desgracia del prójimo llenaba su negro corazón.

Sin embargo, yo no siento nada.

Puede que haya subido a este edificio para comprobar si soy capaz entender mi encefalograma plano emocional. He perdido por completo la capacidad de llorar, de reír, de ilusionarme. Tengo las pasiones acorchadas, como ese brazo sobre el que duermes toda la noche y hormiguea, no responde.

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Ni siquiera me importó matarla a ella con mis propias manos…

Podría estar jugando a la Play en lugar de disparar a gente a la intemperie, que hace un frío que pela. Pero la elección se basa en experimentar lo extremo, a ver si así despierta lo que se ha dormido.

Aunque me temo que de momento no vamos bien, porque sigo igual.

—¡Igual de inútil! —la escucho decir en mi cabeza.

¡Maldita matraca odiosa! No me voy a librar de ella hasta que me muera.

Puede que esa sea la opción más razonable, acabar con todo. Porque si no lo hago yo, lo harán ellos, ya han empezado a llegar con sus molestas sirenas para desconcentrarme.

Y seguro que su método duele más.

Lo único que temo es encontrármela en el infierno cuando decida saltar al vacío.

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