No se puede decir que madre fuese buena gente. Era una mujer que parecía disfrutar fastidiando al personal en general, y a su hijo en particular.
Yo solía pensar que su actitud hacia los demás germinó en las raíces de una vida dura: infancia humilde junto a doce hermanos con poco o nada que echarse al gaznate, un marido que la sacó del pozo con promesas a los diecisiete años, pero que después la dejó tirada con un churumbel que no levantaba tres palmos del suelo y, como remate, esa familia numerosa que miró para otro lado. Es más cómodo no saber, así no tienes que ayudar, como si la mierda fuese a desaparecer por evitar hablar de ella.
Pero justo antes de morir, al notar cierto reproche en mis ojos por tantas palabras feas dedicadas al niño de mis recuerdos, me confesó algo que no esperaba: era una bruja porque se aburría. Así de simple e hiriente. Ser insoportable y mala persona era su jodido entretenimiento. No soportaba a nadie, ni siquiera a su hijo.
Era mucho más fácil para ella odiar que amar.
Ahora, desde lo alto de esta azotea, me pregunto si la situación es culpa suya. Lo fácil sería reconocer que he heredado el germen del mal que tenía madre, pero si de algo puedo estar orgulloso es de haber analizado cada situación difícil desde el lado opuesto a cómo lo habría afrontado ella. No quería cagarla y terminar pareciéndome a la arpía que me amargó la infancia.
Entonces, ¿por qué…
¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!
Disculpad, no quiero perder el ritmo. Empieza a haber poca gente.
Decía que no entiendo por qué ahora estoy aquí arriba disparando a los transeúntes con un rifle que, dicho sea de paso, ha resultado muy fácil conseguir.
Ya llevo unos doce blancos.
¿Será que he encontrado un pasatiempo más retorcido que el suyo?
No, no puede ser eso, porque ella sentía satisfacción, la desgracia del prójimo llenaba su negro corazón.
Sin embargo, yo no siento nada.
Puede que haya subido a este edificio para comprobar si soy capaz entender mi encefalograma plano emocional. He perdido por completo la capacidad de llorar, de reír, de ilusionarme. Tengo las pasiones acorchadas, como ese brazo sobre el que duermes toda la noche y hormiguea, no responde.
Ni siquiera me importó matarla a ella con mis propias manos. Aunque creo que eso lo deseaba desde mucho tiempo antes de que la niebla se metiera en mi cabeza.
Hace un frío que pela. Pero la iniciativa se basa en experimentar lo extremo, a ver si así despierta lo que se ha dormido.
Aunque me temo que de momento no vamos bien, porque sigo igual.
—¡Igual de inútil! —la escucho decir en mi cabeza.
¡Maldita mujer odiosa! No me voy a librar de ella hasta que me muera.
Puede que esa sea la opción más razonable, acabar con todo. Porque si no lo hago yo, lo harán ellos, ya han empezado a llegar con sus molestas sirenas para desconcentrarme.
Y seguro que su método duele más.
Lo único que temo es encontrarme a madre en el infierno cuando decida saltar al vacío o meterme una bala en el cráneo.
Eso sería una auténtica putada.