Puerta Nº 3

Ni rastro de Humanidad

Casi dos años sin salir ni hacer nada divertido. Desde que nacieron los gemelos y el padre la dejó tirada, su vida había consistido en atenderlos y trabajar en algo que odiaba.

Antes quería a esos mocosos, eran la razón de su existencia. Pero ahora ya no. El amor había desaparecido, se volatilizó una mañana mientras observaba cómo el agua se llevaba los posos del café por el desagüe.

Desde ese día, cuando miraba a sus hijos, solo veía la molestia que le causaban. Ignoraba a qué se debía esa muda de afecto, pero no le importaba en absoluto.

Desvió los ojos hacia el bidón que había comprado de camino a casa. Debía tener cuidado de no mancharse con ese líquido maloliente, no quería llegar a su cita apestando a gasolina.

Por fin se iba de vacaciones. El tipo del trabajo que la había invitado era un baboso, pero se ofreció a pagarlo todo. No tenía la menor intención de acostarse con él, aunque no era malo que siguiera soñando mientras soltara la pasta.

Y si se ponía muy pesado… Bueno, había soluciones para eso.

Esparció el líquido inflamable por el salón, con especial cuidado en la zona alrededor del parquecito donde los críos jugaban. No eran conscientes de que en unos minutos todo acabaría. Ella por fin sería libre.

Intentando no pisar los charcos, salió a la terraza y encendió un cigarrillo. Postergar el momento le ofreció cierto placer.

Una chica del edificio de enfrente salió a su balcón. El llanto de los niños, sofocados por los vapores que emitía el combustible, llamó su atención. Al ver que ella no se giraba para atenderlos, le regaló una expresión de reproche.

Una vez más, otros se sentían con el derecho de opinar sobre su vida, de decirle lo que tenía que hacer. Pero ya no, aquella vez el control era suyo.

Abrió la cajita. Solo quedaba una cerilla. Tendría que bastar.

 

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