Puerta Nº 5

Ni rastro de Humanidad

NI TASTRO DE HUMANIDAD, PUERTA 5

A Takashi le dolía la espalda.

El campo se extendía ante sus ojos como un ente informe sin vida hasta la entrada de su casa, coronada por un techo grueso de paja oscura.

 Todo se diluía ante sus ojos: el valor, la belleza, la recompensa. Ya solo quedaba cansancio y frustración. Los surcos arados en la tierra se le antojaron arrugas dolorosas en su propia alma. Sus hijos se habían ido y su esposa apenas le dirigía miradas furtivas cargadas de aburrimiento. Ya nunca la tocaba, no sentía necesidad.

Había adormecido su instinto con las férreas normas sociales y la obligación, hasta alcanzar un estado de anestesia vital que estaba a punto de engullirlo.

Echó a andar hacia la pequeña aldea de casas repartidas al pie de la montaña. El templo que se erigía en la ladera se adivinaba entre la frondosa vegetación, pero no escuchó el susurro con el que solía apaciguar su espíritu. Estaba mudo, como todo lo demás.

Un vecino salió a su paso, pretendía mantener una conversación a esa hora de la mañana, pero a Takashi no le apetecía.

Agarró la pala con ambas manos y la estrelló contra la mejilla izquierda del hombre, que no supo reaccionar. Lo dejó allí tirado, ahogándose con sus propios fluidos, incapaz de comprender lo que acababa de suceder.

El segundo fue incluso más sencillo, era el tipo que venía a cobrar cada mes la remesa de fertilizantes que llegaba al pueblo, una mierda carísima que apenas hacía crecer sus plantas. La pala, aún con restos de su primera víctima, le seccionó la yugular al entrar en contacto con su cuello.

El grito de una mujer que había presenciado el acto le obligó a desviar la vista. Continuó chillando a pleno pulmón, emitía un desagradable graznido que parecía dispuesto a perforar sus tímpanos. La herramienta de trabajo, con esmerada efectividad, terminó con el ruido infame de un solo golpe en la coronilla. La mujer se mordió con tanta fuerza la lengua, que el apéndice cayó a sus pies justo antes que el resto de su cuerpo desmadejado.

El jaleo alertó a otros vecinos, que se asomaron a sus puertas con curiosidad.

Takashi se relamió satisfecho. Ya no tendría que entrar en sus casas a buscarlos.

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