Nadie había conseguido llegar hasta allí, al menos ninguno de los que conocía. El sistema estaba diseñado para el fracaso, pero él no era como el resto.
No se daría por vencido.
Las articulaciones de los dedos le dolían. Ya era la quinta vez que intentaba acabar con ese boss, era agotador, pero intuía que esa sería la definitiva. Lo sentía en las tripas.
Un golpe, dos, tres. Mandoble de frente, salto, combo, aumento de fuerza. El gigante estaba a punto de caer, iba a sucumbir ante su maestría.
De pronto, todo se volvió negro.
Jaime se quedó unos segundos mirando la pantalla vacía sin entender lo que pasaba. Percibió movimiento por el rabillo del ojo y se giró, su madre estaba plantada a su lado exhibiendo un enchufe en la mano. Le miraba con el ceño tan fruncido que los ojos casi se montaban sobre el puente de la nariz.
Abría y cerraba la boca, acompañando sus mudas palabras con gestos airados, pero él no podía oír nada. Tuvo que quitarse los auriculares para entender lo que trataba de decirle.
—… y encima tienes la poca vergüenza de ponerte a jugar a la consola.
—¿Qué?
Su madre suspiró antes de hablar.
—Te dije que te pusieras a estudiar.
—Solo ha sido un rato.
Ella elevó la palma de la mano para zanjar el diálogo. Después se agachó, deshizo todas las conexiones que anclaban su entretenimiento y se colocó la máquina de los sueños bajo el brazo.
—Cuando apruebes las cinco que has suspendido, te la devuelvo.
Jaime no reaccionó y se quedó mirando la puerta que su madre cerró tras de sí con fuerza. No fue consciente del paso del tiempo hasta que la noche oscureció su dormitorio para dejarlo en penumbra.
Ella estaba cantando en la otra punta de la casa.
Irritado, el chico de trece años salió al pasillo. Su madre tomaba uno de sus baños de espuma antes de la cena al ritmo de la música noventera que tanto le gustaba.
Caminó despacio hasta el baño y se asomó un poco. Su madre tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre una toalla. Le fastidió ver que estaba relajada, no parecía importarle haber destruido sus posibilidades en un juego tan difícil.
Mala madre.
El calefactor que volvía agradable el frío ambiente del invierno le golpeó con su aire caliente en la cara. Un nuevo recordatorio de lo molesto que ella podía volverlo todo.
Cogió el aparato, se acercó a la bañera y lo arrojó al agua.
Las convulsiones de su progenitora acompasaron el parpadeo de luces hasta que saltaron los plomos.
Jaime maldijo entre dientes por su error de cálculo. Sin luz, no podría encender de nuevo la consola.
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