Puerta Nº 9

Ni rastro de Humanidad

Nadie había conseguido llegar hasta allí, al menos ninguno de los que conocía. El sistema estaba diseñado para el fracaso, pero él no iba a darse por vencido.

Los dedos le dolían, ya era la quinta vez que intentaba acabar con el boss. Esa vez sería la definitiva. Por mucho que los creadores se hubieran propuesto poner las cosas difíciles, él no era como el resto.

Un golpe, dos, tres. Mandoble de frente, salto, combo para aumentar la fuerza…

De pronto, todo se volvió negro.

Jaime se quedó unos segundos mirando la pantalla sin entender lo que ocurría. Percibió movimiento por el rabillo del ojo y se giró, su madre estaba plantada a su lado con un enchufe en la mano y cara de pocos amigos.

Tuvo que quitarse los auriculares para entender lo que trataba de decirle.

—… y encima tienes la desvergüenza de ponerte a jugar a la consola.

—¿Qué?

Su madre suspiró antes de hablar.

—Te castigué sin juegos.

—Solo ha sido un rato.

Ella puso una mano en alto para zanjar la discusión. Deshizo todas las conexiones que anclaban su entretenimiento y cogió la máquina de sus sueños.

—Cuando apruebes las cinco que has suspendido, te la devuelvo.

Jaime no reaccionó y se quedó mirando la puerta que su madre ya había cerrado. No fue consciente del paso del tiempo hasta que la noche oscureció su dormitorio para dejarlo en penumbra y la oyó cantar desde el otro lado de la casa.

El chico de doce años salió al pasillo. Ella tomaba uno de sus baños de espuma antes de la cena al ritmo de la música noventera que tanto le gustaba.

Caminó despacio hasta el baño y se asomó un poco. Su madre tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre una toalla. Le fastidió ver que estaba relajada, no parecía importarle haber destruido sus posibilidades y su diversión.

Mala madre.

El calefactor que volvía agradable el frío ambiente del invierno le golpeó con su aire caliente en la cara. Un nuevo recordatorio de lo molesto que ella podía volverlo todo.

Cogió el aparato, se acercó a la bañera y lo arrojó al agua.

Las convulsiones de su progenitora acompasaron el parpadeo de luces hasta que saltaron los plomos.

Jaime sonrió. No había podido acabar con el boss de juego, pero al menos silenció a la jefa de su propia casa.

COMPARTE
Scroll hacia arriba